

Nuestros cines
Por Michell Lewis y Yasha Lewis
Arquitectos
EL CORAZÓN DE LA BELLEZA
En el fondo del tiempo y del polvo removido por el paso de los años, como una vieja voz que resuena desde otra vida, se encuentra un edificio... o algo que se parece a un edificio. Un umbral, tal vez. Un lugar de paso donde el tiempo se pliega sobre sí mismo y el espacio se enrosca como el eco de un susurro perdido entre los pilares. No es un edificio cualquiera. Es, más bien, un canto atado entre las cosas que fueron y las que no son más que un espejismo. Teatro, cine, enseñanza, palabras que se entrelazan, como hilos trenzados, dentro de un mismo silencio. Porque al cruzar esa puerta, uno siente que las horas se desprenden, que el peso del tiempo se desprende como una costra seca. Uno entra y, sin saberlo, se hunde en un mundo donde lo que se ve y lo que se oculta juegan a mirarse en el mismo reflejo.
Este edificio no descansa sobre cimientos ordinarios; sus raíces son más profundas, más antiguas. Son raíces de números sagrados, de geometrías que susurran lo que otros, hace siglos, ya sabían. Los pasos que resuenan aquí parecen revivir un viejo paseo, como si cada rincón albergara la sombra de alguien que una vez vio lo que hay bajo la piel del mundo. Cada tapiz, cada sombra es un fragmento, un trozo de algo más grande, tejido en una danza que sólo pueden comprender quienes se atreven a escuchar en silencio. En este lugar, el tiempo y el espacio se abrazan, entrelazándose como dos manos que siempre se han conocido. No es un lugar que se recorra sin más; cada paso es pesado, como si llevara el eco de los que vinieron antes, dejando tras de sí un rastro invisible. Es un espacio que exige quietud, mirar con ojos que no sólo ven, sino que escarban, como quien busca agua en un pozo seco.
Aquí, las cortinas, las columnas, no son sólo partes de un edificio; son guardianes, son puertas que, si uno sabe escuchar, murmuran secretos que nunca han dejado de ser.
Y cuando uno entra en el teatro, no entra en una sala cualquiera. No. Aquí, el teatro es como un antiguo altar, un espacio que se siente sagrado, donde las historias no son meros cuentos. Son rituales, plegarias silenciosas, un intento de asir algo que se nos escapa de las manos. Aquí, el cine no se limita a proyectar imágenes, sino que abre ventanas, como ojos que se asoman al alma de los que miran. Aquí, enseñar no es sólo transmitir conocimientos de unos a otros; es abrir una puerta, extender un hilo entre los que vinieron antes y los que están por venir.
Este lugar es una especie de escenario, pero no para que los espectadores se sienten a mirar. No. Aquí, todo el que entra se convierte en peregrino, en viajero en busca de algo a lo que no sabe poner nombre. En estas paredes tejidas con hilos, en estas sombras, la arquitectura no es sólo tela o madera. Es algo más, es como un suspiro que queda flotando, algo que nos recuerda que lo eterno vive oculto en lo que sólo dura un instante. Cada rincón es un fragmento de una historia que no se cuenta, sino que se intuye. Como cuando el viento pasa suavemente sobre un campo, y no hay nadie que lo oiga, pero uno sabe que en ese movimiento sutil, algo vive.
Así es como se siente este lugar. Un lugar que no está pensado sólo para ser visto. Aquí se viene a sentir, a dejar que los ojos sean insuficientes y el alma se encargue de comprender. Y aquí, cada número tiene su peso, cada espacio mide un tiempo que no pasa. Cincuenta y dos, el ciclo del Fuego Nuevo. Cinco asientos por fila, como el quinto sol iluminando nuestra era. Trece filas que suben como los niveles del cielo. Las cuatro esquinas sosteniendo, como las estaciones, los elementos. Y veinte cortinas, como veinte pasos de una danza ritual que sigue el ritmo del tiempo, que nunca deja de moverse, aunque uno no pueda verlo.
No es un lugar para detenerse. Es un lugar donde cada paso parece recordarnos que el tiempo es un círculo, que cada mirada que lanzamos al mundo no es más que el reflejo de algo más profundo. Aquí, uno no se sienta a mirar; se convierte en parte del aire, parte de las sombras, y cada paso es un eco que nos recuerda que el mundo es más grande, más antiguo, y que lo eterno nunca ha dejado de ser.
Este es un lugar donde uno entra y deja de ser. Aquí no hay espectadores. Hay peregrinos.


ESTUDIOS EN CIUDADES MEXICANAS
Fotografías:
Marina Yampolsky, Hugo Brehme












GENESIS
La conexión entre poesía y espacio para dar lugar a un cuerpo arquitectónico anclado en su entorno.
Pueblos de México
Y, sobre todo, mirar con inocencia. Como si la pobreza no existiera, como si las aldeas olvidadas no gritaran en silencio -lo cual, para muchos, es cierto.
Como un mural de vivos colores en una aldea remota, desgastado y borrado lentamente por la indiferencia de la lluvia.
Cubre la memoria de sus rostros con máscaras de promesas vacías mientras asusta a quienes una vez soñaron con ser algo más.
Y la sed, la memoria es de sed. Sed de justicia, sed de oportunidades. Yo, abajo, en el fondo del pozo de un pueblo olvidado, bebí el agua amarga del abandono: recuerdo.
Como quien desea no saber nada. Nada. Boca cerrada. Párpados evitando la vista. Olvidamos. Pero dentro, el viento -ese viento de esperanza atrapado en el olvido- sigue soplando. Todo está cerrado, pero el viento permanece dentro.
El silencio es real, y por eso hablo. Hablo porque alguien tiembla en las colinas de la miseria. Aunque diga sol y luna y estrellas, no son más que luces lejanas que apenas llegan a los pueblos perdidos.
¿Y qué deseaban?
Deseaban un silencio perfecto, un silencio no vacío, sino lleno de paz y dignidad.
Por eso escribo. El deleite de perderse en la imagen de un México distinto, uno donde la memoria no se borra. Me levanté de mi propio cadáver y salí en busca de lo que somos: peregrinos de nuestra identidad, buscando la verdad en un país herido por los vientos de la desigualdad.
Y mi caída sin fin, nuestra caída sin fin, porque cuando miramos a quien nos espera, no vemos más que a nosotros mismos.
¿Y quiénes somos nosotros si no hacemos nada?
Yasha Lewi
CONCEPTO
Nacimiento arquitectónico








ATMÓSFERA - LUZ - MATERIA - ALMA





La arquitectura como ser vivo
Entender la espacialidad no sólo como una dimensión física, sino como un sentimiento, un estado de ánimo, una atmósfera que envuelve y define la experiencia de ser, nos lleva a concebir la arquitectura no como estructura, sino como sensorium. Una arquitectura sensorial que trasciende las fronteras convencionales para invitar a la convivencia, fomentar la armonía cultural y nutrir el bienestar físico y mental.
En esta visión, la arquitectura se convierte en un mediador entre el ser humano y la naturaleza, un diálogo perpetuo entre el interior y el exterior. Este tipo de arquitectura se ocupa de orquestar los placeres que surgen de las artes, de las personas y del conocimiento, invitando a una interacción profunda y significativa con el entorno. Cada elemento material es una nota en una sinfonía de colores y texturas que dan forma a secuencias de atmósferas frescas y vigorizantes.
Estas atmósferas no sólo invitan a la convivencia sino que la potencian, creando un espacio donde la interacción se convierte en un acto espontáneo y natural. En esta poética de la arquitectura, los espacios se conciben como escenarios dinámicos que responden y estimulan los sentidos, transformando cada momento en una experiencia única e irrepetible.
Así, la arquitectura no se limita a cobijar la vida, sino que participa en ella, respira y vibra con ella, convirtiéndose en refugio del alma que busca constantemente la belleza y el equilibrio en su entorno.
PLANOS ARQUITECTÓNICOS
Primer piso, 1080 m2

1.- Acceso
2.- Oficina
3.- W.C
4.-Auditorio
5.-Pantalla
Planta superios, 85 m2

1.- Sala de proyección y almacén
SECCIÓN Y FACHADA



ISOMÉTRICO

ZONAS DE LA PRIMERA PLANTA

ZONAS DEL SEGUNDO PISO

EXPLOSIÓN ISOMÉTRICA

CATÁLOGO DE MATERIALES
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Pensar en la arquitectura como una masa, como una membrana, un tejido, una especie de cubierta, una prenda, que lo envuelve todo: forman el cuerpo de la arquitectura.
Los materiales reaccionan entre sí y tienen su propio resplandor. Así, la composición del material da lugar a algo único, evocado para transmutar y elevar la fuerza y la energía humanas. Crean un lenguaje sensorial que, con los años, envejece, y ahí reside su belleza.
EL CUERPO DE LA ARQUITECTURA
Marco I
Cine-Teatro Ollin Detlani, 2025
Vista exterior

Marco II
Cine-Teatro Ollin Detlani, 2025
Vista exterior

Marco III
Cine-Teatro Ollin Detlani, 2025
Vista exterior

Realismo I
Cine-Teatro Ollin Detlani, 2025
Vista interior

Realismo II
Cine-Teatro Ollin Detlani, 2025
Vista interior

Cada sueño
es su propio borrador.
El sueño es sólo un gesto,
un gesto que intenta revelar
lo que no puede alcanzar.
Los sueños más grandes,
los más nobles,
no son más que una chispa afortunada.
Todo sueño es infinito.
Cada sueño es la génesis.
Cada sueño compartido
teje el futuro.
Cada sueño que nace
es el principio de algo inmenso.
Yasha Lewis
MYU ARQUITECTOS
Fundada en 1985, MYU ARCHITECTS diseña y construye espacios que exploran la memoria, la naturaleza y el tiempo.
Con más de 100 proyectos realizados y un equipo de arquitectos titulados y profesionales con estudios de posgrado en varios países, abordan cada obra como un cuerpo vivo que conecta la experiencia humana con lo esencial. Para MYU ARCHITECTS, la arquitectura no es sólo funcionalidad; es armonía. Es el diálogo entre materiales que envejecen con dignidad, la naturaleza que los rodea y las emociones que evocan en quienes los habitan.
Inspirados por la relación entre arte y sostenibilidad, diseñan obras que respiran, que recuerdan y que transforman el entorno, buscando no sólo la belleza sino un impacto positivo en el presente y un legado para el futuro.

Michel Lewis
Arquitecto
